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María del Carmen, hacedora de sueños que transforma en alebrijes.

  • Claudia Martinez
  • 9 ago 2015
  • 4 Min. de lectura

Creadora en dar color y cuerpo a las figuras fantásticas, esta mujer zapoteca es especialista en pintar los ojos de alebrijes ya que considera son los que dan vida a las piezas.

No se considera artista, pero sueña, comparte y da vida a través de los colores y formas que durante casi toda su vida a dado a la madera copal, ella es María, artesana zapoteca de San Martin Tilcajete, población ubicada en los Valles Centrales de Oaxaca, donde desde hace 21 años montó junto con su esposo Jacobo el taller de “Jacobo & María”, conocido internacionalmente por la calidad y originalidad de sus alebrijes del cual anhela un día se convierta en una escuela de arte.


De tez morena, voz pausada y raíces profundas, María del Carmen Mendoza, desafió desde su niñez con pasión y amor a su trabajo, a su cultura y su familia, la invisibilidad de las mujeres indígenas, transformando sus circunstancias y adversidades en retos y en un ejemplo de constancia y éxito a nivel personal y empresarial.


Conoció de este oficio desde los siete años de edad, “entre los siete y ocho años de edad, empecé a hacerlo como parte de la vida y de un quehacer que te ponen en casa, mi madre me decía ya rallé, ya tablee, ya están secas las piezas, ya se pusieron al comal ahora hay que pintarlas, así que te toca vestir a los monitos”.


Mujer de decisiones y pasos firmes, asumió su realidad a los 12 años, cuando por falta de recursos económicos en su familia, aceptó que no podría continuar sus estudios de secundaria, instante que le marcó la vida, pero no sus ganas de salir adelante. “A partir de ese momento asumí el tallado y pintado de alebrijes, como un trabajo que me tenía que permitir ser autosuficiente y no pedir a mis padres dinero para mis cosas personales”.


Inmersa entre la tradición y las costumbres de una comunidad donde el matriarcado dicta las reglas en el hogar y los prejuicios que se vivían en su comunidad llevaban el sello del patriarcado, María se trazó como reto hacer de su trabajo una pasión de vida, lo que le permitió destacar sobre los demás en el pintado de los alebrijes y especializarse en “los ojos”. Para mí-afirma- “los ojos son los que dan vida a las piezas”.


Sentada en uno de los corredores de su taller-hogar, comparte su historia, sus emociones y sus nuevos proyectos.

A los 17 años se une con Jacobo, a quien conoce en una fiesta y con el que sostiene un noviazgo de tres años, “nos veíamos poco y por ratitos, no era bien visto que una se paseara con el novio. Nos escribimos mucho, así nos conocimos, él me mandaba cartas llenas de dibujos, las cuales aún conservo”.


Jacobo perdió a su papá a los 12 años, y tuvo que hacerse cargo de su familia, y un buen día me pidió que me fuera con él, no tenía dinero ni forma de “pedirme” como es la costumbre, pues son rituales muy caros. A unos meses de cumplir 17 años y luego de su insistencia, acepté, mientras mis padres estaban en la Ciudad de México.

Fue un 14 de marzo, el día de su cumpleaños, cuando me llevó a casa de su madre, yo con el corazón apretujado por el miedo, pero decidida. Luego vino el ritual –el de las robadas- Mi suegra era viuda así que en compañía de un tío se fue esa noche a dar parte a los topiles para que si alguien preguntaba por mí, les dijeran que estaba en su casa. Costumbre que permitía que todo el pueblo y mi familia se enterara, a partir de ese instante, ya no había marcha atrás.


A esa edad –comparte- no se tiene una conciencia, se deja uno llevar por la ilusión, la emoción, la curiosidad, deslumbramiento y fascinación, porque el amor se construye y se llena día a día.


Cuando mis padres regresaron ya había pasado casi un mes y nuevamente mi suegra fue “a poner su cara”, como se dice, para hablar con mis papás y pedirles que nos recibieran para hacer el arreglo.


Con pena y miedo regresé acompañada por Jacobo a la que había sido mi casa, mi madre lloró, pues su única hija no había sido pedida, sino robada, mi padre lo tomó con más calma. Se dio la cita para presentar a padrinos y familiares y poner fecha de boda por la Iglesia, cuando uno decide irse como lo hice yo, la fecha debe ser rápida, así que elegimos el 21 de noviembre.


En mi pueblo no se celebran ni bodas, ni bautizos, ni fiestas antes de que termine la temporada del campo y se dé la cosecha, porque sin cosecha no hay dinero, por eso los festejos son de noviembre a febrero.


Pero tuvimos que adelantar la fecha acordada cuando me di cuenta de que estaba embarazada, nos casamos el 30 de agosto.


Jacobo y yo unimos nuestras vidas y talentos, decidimos darle a nuestro taller una esencia, construimos planes que se han cumplido al paso del tiempo, no sin contratiempos o problemas, pero si con esfuerzo, trabajo y amor.

Hoy 21 años después me preparo para darme tiempo, cuando mis hijos ya no dependan de nosotros económicamente y poder así cumplir con tres proyectos de vida, terminar mis estudios de educación media –secundaria y preparatoria- y por qué no estudiar diseño; construir mi casa y hacer del taller de “Jacobo & María” una escuela de arte.


Inmersa en su pasión por los alebrijes, por sus hijos, por Jacobo , por sus amigos y por su cultura, María ha trascendido su tiempo y su espacio, las piezas que elaboran se cotizan en dólares en galerías de México, Europa, Asía y Estados Unidos y su taller es un punto obligado por turistas, artistas plásticos de varios países, pero sobre todo por niños y jóvenes de su comunidad y de otras poblaciones de Valles Centrales del estado de Oaxaca, porque para ella hay una máxima que aplica diariamente en su vida “dale lugar al ocio y el arte, y la cultura se pierde”.


 
 
 

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