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LA PANDEMIA, LOS MÚSICOS Y EL BAILE

  • Colaborador invitado
  • 7 ago 2020
  • 4 Min. de lectura

Víctor Armando Cruz Chávez, ciudad de Oaxaca, 1969. Es escritor, editor, periodista cultural y músico. Autor de más de media docena de libros de poesía, cuento y novela. Entre sus reconocimientos, obtuvo el Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, en 2009.

Por Víctor Armando Cruz Chávez

a) Con la pandemia cerraron aquellas cuevas donde nos refugiábamos esas bestezuelas de la melancolía, bajo la piadosa caricia de un mezcal o una cerveza. Cuevas cálidas, atendidas por gente industriosa y amiga; cuevas que hacían de la noche un territorio de sortilegio para recobrar nuestra esencia luego de que la vida nos descuartizara en archivos y oficinas.

b) Cafés, bares, cantinas, mezcalerías, donde el universo vuelve a ser esa cueva prehistórica donde danzamos en torno a nuestras angustias, donde pintamos signos sobre la piedra de nuestras derrotas, donde encontramos de tanto en tanto una mirada que renueva nuestra fe en el azar.

c) En esos oasis nocturnos trabajé largos años de mi vida como músico, conocí palmo a palmo el terreno minado de la noche bajo borrascas de fraternidad e inciensos de lúcida conversación.

d) El escritor es un animal hambriento de realidad, un ser mal alimentado en una sabana de soledades y peligros. Se refugia en esas cuevas donde, a veces, la música llena el espacio como aquellos cánticos antiguos que comulgaban con lo sagrado.

e) La pandemia hirió a esas empresas en donde se socializa nuestra endémica zozobra. Me pregunto cuántos de aquellos lugares amados han sido heridos de muerte por esta crisis que arrasa con todo como una guadaña democrática. Con ello, los inevitables afectados son también los músicos.

f) Antes de todo este escenario, la noche se convertía en un caleidoscopio de bullanga, baile o canto punzante para avivar nuestras borrascas interiores. En esos cafés, bares, cantinas y mezcalerías han prodigado su arte amigos músicos y cantantes: un sector que sufre las consecuencias del cierre temporal o definitivo de sus centros de trabajo.

g) Melancolía de bestezuela solitaria. En el confinamiento y los claroscuros de este semáforo tuerto que nos vende el gobierno federal, quiero recordar y reconocer el trabajo de aquellos amigos y amigas de talento que convierten la noche desértica en apacibles treguas para el ser.

h) Recuerdo la voz de sereno oleaje marino, la guitarra dócil y la poética anfibia de

Lorenzo López

: entre la sal y la tierra, entre la aurora y el espejismo, entre la duda y el espíritu encandilado de incertidumbre amorosa. A veces acudía yo solo, un whisky de por medio, para escudriñar las saetas con que su canto hiere el corazón de la noche.

i) La voz de Carmina

Tenorio Fuertes

: gotas de tiempo que caen justas en nuestro deseo de infinito, péndulo que empuja las horas a una cascada de gozo mientras el bolero y el pop abren sus alas frente a nosotros para ofrecernos una rosa que piensa.

j) Las rolas de

Héctor Díaz

son de lo más encumbrado que ha dado el Oaxaca contemporáneo. Guitarrero de excelencia. Sus acordes son maestros, sus metáforas alumbrosas. Sus canciones son de alta fidelidad junto a la hoguera crepitante de semántica terrenal. Tienen el sortilegio de convertirnos en estatuas de sal mientras la noche encalla, mientras él se desgarra afinando sus preguntas sin respuesta.

k) Tlálok Guerrero tiene la raíz en la voz, así vive y canta. Hombre-hemisferio de algarabías como vendaval de pájaros istmeños o aguijones de son tropical. Media voz que acomete nuestro oído con precisión de flecha mojada en sustancia vivida. Hoy, en plena crisis, prepara su sexto disco para demostrar que la llama no se muere nunca.

l) La salsa y el son: sal y llama nocturnas, sonidos que sacuden la polilla y erizan los sentidos. Sonidos que son refugio de cuerpos puestos en libertad. La salsa es una vuelta a la hoguera primigenia, donde pactamos con una parte olvidada de nuestro ser: esa que se alegra con lo más elemental y sencillo, el hecho de comulgar por un instante con la existencia. Es ahí donde recuerdo el gran trabajo que venían realizando “Son tres y rumba”, con

Juan Manuel

El Panda y mi entrañable camarada de muchos años

Eduardo Legaria

.

m) Pienso en el son, pienso en la salsa y recuerdo a

Mari Noriega

. Su llegada los jueves a La Nueva Babel era siempre un abrir puertas al conversatorio entre seres que se comunican en la danza, en la libertad, entre la marea de una síncopa, un tumbao, un pregón, un timbal. Son manos que hablan, son movimientos que filosofan el regocijo. Cuando

Mari Noriega

baila, el mundo alrededor desaparece y ella queda iluminada bajo el metrónomo de la noche.

n) Maestros del bajo como

Ornel

Jiménez y

Alejandro Villanueva

; maestros de la percusión como como Lucio Jiménez; en el sax como Arodi Martínez: chamanes de sapiencia festiva que han hecho del Oaxaca nocturno un banquete de fuego donde la música emerge limpia y nueva, como una mujer que nos sonríe para reiniciar el mundo.

o) Volverán aquellas noches, más allá de la pésima gestión de López-Gatell y el desánimo de la OMS.

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